sábado, 1 de marzo de 2014

Razones

Seamos francos, mis alumnos, no son los niños más educados del mundo. Tampoco es que apliquen las teorías zen a su vida antes de reaccionar a un estimulo. Además un día les he explicado como decir: "voy al cine, voy a ver una película" y al día siguiente ya no recuerdan ni una de estas palabras o las ponen en el orden que les da la gana y me desesperan cuando se ponen a discutir en medio de la clase a grito pelado. Cuando no ESCUCHAN ni una de las instrucciones  que les doy. O cuando en definitiva hacen lo que les sale de las narices y encima se enfadan si les dices, "miraesquestonoesasísabes?".

Pero los pobrecitos, como dice mi madre, son así porque son víctimas de esta mierda de sistema. Y son así porque en su casa ya se comen mucha mierda y porque como he dicho muchas veces, es imposible que tus padres no te transmitan estress en esta ciudad puro agobio. Así que yo puedo empatizar con mis alumnos y entiendo que sus reacciones son absolutamente lógicas.

Además, puedo entender su comportamiento y que se puedan aburrir, ya  que la manera de enseñar idiomas en este país es bastante frustrante para el que aprende, en mi opinión. Pero a veces no nos podemos pasar la clase haciendo juegos, como a ellos les gustaría, y si se aburren, pues desconectan y sale el monstruo de las galletas que llevan dentro. Otro asunto es que el docente no tiene mucha libertad alguna en elegir la metodología que quiere usar.  Otro día con más calma ya hablaré de esto...

Como decía, en el fondo, los alumnos son la mejor parte del trabajo. Por eso digo que no es que no me guste la profesión, porque si no me equivoco, ser profesor consiste en enseñar /educar ¿verdad? A mí me sigue gustando enseñar, aunque es bien cierto, que a veces pasarte una hora para enseñar una frase hecha puede ser bastante aburrido...

La peor parte, como en cualquier trabajo, es tener un ambiente hostil. Da igual que trabajes en un colegio o en una lavandería. Con compañeros majos las penas se hacen más ligeras.

Por otro lado, trabajar cinco días a la semana más de catorce horas diarias no es plato de gusto de nadie, supongo. La sobrecarga de trabajo es brutal. La falta de descanso y tiempo libre desde luego  no contribuye a encarar el día a día con optimismo. Sé que es fácil decirlo en estos tiempos en que lo increíble es tener un trabajo pero ya saben, todos añoramos aquello de lo que carecemos.

En fin, supongo que así es la vida. Ya vendrán tiempos mejores.

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